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• Los centros comerciales en México.
• Voracidad y fealdad contra tradición y diversidad.

La actividad mercantil ha estado desde siempre ligada al concepto de turismo: De hecho hay que recordar que los más célebres viajeros en las distintas épocas estuvieron de una u otra manera ligados al comercio.

En la época prehispánica los mexicas tenían entre su sociedad  al gremio de comerciantes viajeros denominados pochtecas, que no solo realizaban la labor mercantil, sino que también eran informantes del mismísimo tlatoani. Célebre se hizo el mercado de Tlatelolco, ejemplo vivo de la diversidad y sofisticación comercial alcanzado en aquella época y que no tenía nada que envidiar a los más grandes bazares, plazas o ferias del viejo mundo, tan bien descritas por Marco Polo (él mismo un gran mercader veneciano) en su célebre libro.

El advenimiento del turismo de masas de la época del jet y de la autopista coincidió con el surgimiento de los grandes centros comerciales modernos. Primero en Estados Unidos y con gran influencia en México, Asia y otras latitudes, el “mall” fue constituyéndose poco a poco en un atractivo en sí mismo para los periplos de muchos viajeros en busca del “shopping”, la “fayuca”, o la simple curiosidad por ver lo que se mercaba en otros lugares.

Actualmente las grandes cadenas internacionales de “malls” tienen un especial interés en la atención del visitante foráneo, poniendo a su disposición infinidad de servicios complementarios y amenidades que ayudan a hacer más grata y larga su estadía. Modalidades como la devolución de impuestos, cambio de moneda, guarderías, restauración, hoteles, centros de cultura y diversión etc. son cada vez más importantes para que el cliente esté a gusto y pase más tiempo, incrementando con ello la derrama.

Por desgracia en México los grandes comerciantes e inmobiliarias comerciales han perdido la visión en el visitante y con cada vez mayor frecuencia se ve que la voracidad no les permite apreciar que los servicios que ofrecen al cliente son mediocres en el mejor de los casos: Basta con asomarse a cualquier centro comercial para salir huyendo a cualquier otra parte los fines de semana, por ejemplo, pues el enfermizo ánimo de usar todo el espacio posible a la venta deja sin atender necesidades básicas como estacionamiento o el simple servicio sanitario, que son reducidos a su mínima expresión y sin embargo se espera que sirvan a un número inmenso de clientes.

Las zonas recreativas o simplemente los patios de comida son no sólo mal diseñados feos y atestados sino literalmente insuficientes. Cadenas comerciales con más de un siglo de experiencia como Liverpool o El Palacio de Hierro que se supone deberían ser vanguardia en este tema simplemente generan cada vez peores engendros: Un ejemplo es el supuesto “Palacio de los Palacios” en Polanco, que se supone debería ser la principal muestra del imperio de los Bailleres, y sin embargo el visitante se siente oprimido por la falta de espacio pues en su última “remodelación” lo dejaron terriblemente atiborrado. Si esto pasa con los supuestamente más elegantes, lo que ocurre alrededor de un Wal Mart o de un Soriana es francamente insufrible, a pesar de que estas tiendas venden millones al día, pero son incapaces de ofrecer siquiera un sanitario medianamente utilizable.

Bien haría la Secretaría de Turismo en intentar concientizar a estos voraces mercaderes en el sentido de que su actividad no debe ser la cara fea que ven los visitantes.


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