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Los matrimonios se han convertido en una industria en San Miguel de Allende, esta comunidad que UNESCO nombro Patrimonio de la Humanidad. San Miguel se está beneficiando de la tendencia de destinos nupciales. Esto es comprensible. Es mucho mejor un altar en una capilla colonial que la ceremonia en una playa por el Caribe. Los ojos de los invitados deben estar en la novia, no en una guapa niña en bikini.


Entre los asentamientos coloniales de esta espléndida tierra, San Miguel era muy apreciado, incluso antes de que los lectores de la revista Travel and Leisure la reconocieran como una de las ciudades más atractivas del mundo. Lugar del nacimiento de Ignacio Allende, se convirtió en un favorito de los turistas cuando academias locales comenzaron a atraer a los veteranos estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial que han recibido becas de su gobierno en agradecimiento por sus servicios. Los papas de estos jóvenes vinieron a visitarlos, les gustaron los precios bajos y regresaban. Muchos finalmente se retiraron allí, aunque los precios comenzaron a subir. Más jubilados llegaron, incluyendo los veteranos mismos cuando fueron grandes. Ahora dicen que personas de 63 países viven en San Miguel de Allende. No es sorprendente que los viajeros mexicanos han llegado a ver que estaba pasando y ellos también han regresados.
Si no vas en coche, casi la única forma de llegar a San Miguel es en autobús. El aeropuerto más cercano está a unas dos horas de distancia. Con un coche vas a descubrir que el tráfico es tan difícil como en la Ciudad de México, las calles de San Miguel que dan vueltas y más vueltas, giran y cambian sus nombres y no hay lugar para estacionar.
El Rosewood y el Matilda son los hoteles más nuevos en San Miguel, mientras que la Sierra Nevada y Puertecita son viejos favoritos.  Se supone que hay 2,400 habitaciones en San Miguel, la mayor parte en pensiones boutique como La Casa Linda con un restaurante muy especial.
Ir de compras, comer y echar la siesta son actividades predilectas de los que llegan por primera vez. Y también de los que llegan por segunda vez. Además se juega al golf, se practica el ciclismo de montaña por sendas de burros hacia el desierto o se monta a caballo para explorar.
La bicicleta de montaña, que a veces tiene hasta 21 combina­­ciones distintas de engranes, puede ser complicada, pero los guías se esmeran por enseñar al novato. Los novatos regresan y ascienden de categoría hasta que logran rodar por veredas intermedias y después por las de expertos. En este sentido el ciclismo de montaña se parece algo a la práctica del esquí, pero sin la nieve.
Montar a caballo parece ser mucho menos peligroso. Los animales que llevan al turista por las veredas son pacientes y bondadosos, pero hace falta destreza para aprender a no caerse de una caballería que trota, avanza a medio galope o salta. En el Rancho La Loma proporcionan la enseñanza necesaria. El dominio, por supuesto, se lleva tiempo. También puedes aprender a pintar acuarelas u óleos en San Miguel, o a esculpir o trabajar la alfarería. La lidia de toros no es obligatoria en ninguna visita.


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