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Esto es como volear alrededor del desierto, admirar los cactos desde un bote, observar cómo los pelícanos caen en picada sobre las olas con la gracia de una piedra, comerse con los ojos a los cormoranes mientras luchan por elevarse del agua y volar. Los aves tijeras simplemente vuelan a flor de agua sobre el oleaje y se las arreglan para sacar peces sin mojarse jamás. Ellos extienden luego sus grandes alas y se ciernen; los marineros, gente que debe estar mejor enterada, te dirán que nunca se posan en tierra.


Los pelícanos y cormoranes y gaviotas y pájaros bobos y águilas pescadoras anidan en las islas rocosas donde no vive ningún ser humano frente a la costa oriental de Baja California Sur. Podrá no hacerse caso de las prohibiciones del gobierno, pero los desagradables insectos voladores que se alimentan de guano mantienen a la gente a raya. En un bote podrás guardarte a distancia mientras ves cómo juegan los delfines y esperas avistar una ballena.
“¿Más vino, señor?”
Esta es la clase de aventura ecológica que me encanta. De vez en cuando trepamos a una balsa de hule para acercarnos más al litoral, y hay senderismo por la naturaleza y oportunidades de bucear con snorkel en compañía de amistosos lobos marinos. Pero siempre nos están esperando allá atrás, a bordo de nuestro yate, un lujoso camarote, magníficas comidas y un espléndido servicio.
Por las dudas, no te olvides de traer contigo Dramamina en abundancia. Esas aguas a veces son turbulentas.
John Steinbeck, laureado con el Premio Nobel, fue primero en relatar al mundo todos los detalles sobre algo que, antes de Steinbeck, se venía llamando el Golfo de California, misterioso y casi inexplorado. En 1940, Steinbeck acompañó a un amigo biólogo en su visita a este gran paraje desconocido. Dos siglos antes, misioneros jesuitas habían recopilado los únicos datos que pudieron conseguir. La Paz era el hogar únicamente de pescadores de perlas. Steinbeck escribiría una novela sobre ellos.
Hoy la zona sigue siendo más visitada por norteamericanos que por mexicanos. Hay por lo menos tres compañías cuyas naves recorren el Mar de Cortés, pero ninguno de esos barcos navega con bandera mexicana. Los pasajeros mexicanos son casi desconocidos.
“Estamos listos,” dice el capitán del Safari Spirit.  “Todos nosotros sabemos algo de español, y tenemos un miembro de la tripulación que lo habla con bastante soltura.” El chef de a bordo mostró igual destreza en la preparación de mole, chiles rellenos y huachinango asado que en la de chuleta prime rib. Margaritas eran los cócteles predilectos.
Aun así, el pasajero que no hable inglés con fluidez estará bastante perdido en el Safari Spirit. Este es el más pequeño de los navíos de crucero que surcan el Mar de Cortés. No tiene cabida para más de 12 pasajeros, pero cuando hice la excursión sólo viajaban ocho. Los seis tripulantes eran jóvenes y rubios, algunos con títulos de posgrado que esperaríamos encontrar en el personal docente de una buena universidad.


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