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Por Héctor Pérez García

“EL PENSAMIENTO CRITICO REALIZA UNA DOBLE FUNCIÓN: ES UN METODO PARA CONOCER LA REALIDAD, UNA EXPLORACIÓN, Y UN GUÍA DEL CAMINO A SEGUIR: EL PAÍS NO AVANZA PORQUE NO SE SABE ADÓNDE ES NECESARIO LLEGAR”.  DANIEL COSIO VILLEGAS.

El  “Acuerdo Nacional por el Turismo” firmado recientemente por los sectores público y privado del país, que pretende llevar a México a ser uno de los cinco principales destinos turísticos del mundo, invita a reflexionar sobre las posibilidades reales que tiene el país de alcanzar dicha meta. Si fuésemos a hacer una analogía con la tecnología de la informática, el Decreto presidencial sería el “hardware” del proyecto y las condiciones sociales el “software”.
No pretendemos desvirtuar los beneficios del turismo y su enorme potencial, pero tampoco debemos obviar sus amenazas y en este campo nuestro país tiene una deuda social enorme producto del modelo turístico que se practica como política turística nacional, que privilegia al gran capital y desampara a las sociedades receptoras. Este desencanto incide necesariamente en la actitud de los individuos, ya que se acumula a determinadas actitudes características de nuestro pueblo.
Con solo observar someramente las sociedades con las que competimos por el turismo mundial, debemos reconocer su grado de educación, civilidad, cultura y respeto por sus leyes. Este “software” tiene una manifestación diferente en nuestro país. México ocupa el lugar décimo en la tabla de campeones del turismo, pero uno de los primeros entre los países más corruptos del mundo, condición que se manifiesta y proyecta ante los visitantes comenzando con las propias autoridades: Inmigración, aduanas y policías y continuando con algunos servicios como los taxis. Si bien es cierto que por naturaleza el mexicano es amigable, también lo es que en muchos casos es tramposo y abusivo.
¿Cuantas veces hemos escuchado a taxistas, meseros y vendedores de artesanías que “los gringos son tontos? Esta falsa idea producto de una subcultura que nadie intenta corregir nos proyecta ante los visitantes con una imagen negativa.
En nuestros centros turísticos el turista se siente y en efecto se encuentra desamparado ante autoridades e impartidores de justicia. Nadie les informa de las diferencias en las leyes y mucho menos se toman providencias para asistir o resolver pequeños incidentes que pueden hacer fracasar sus vacaciones. Una pequeña inobservancia del reglamento de tránsito municipal,  como estacionarse en un lugar prohibido, en ocasiones hace perder un día al visitante ante los trámites para recuperar su vehículo o pagar una multa. . Si el incidente es mayor y llega a accidente, el calvario para el huésped ciudadano se multiplica ante un ministerio público que ve la oportunidad de obtener beneficio propio.
Tratar de analizar el origen de tal actitud sería tarea de sociólogos, pero es también producto de falta de cultura, de civismo y sobre todo de ausencia de conciencia turística.
El vocablo “Conciencia turística” es tan escurridizo y evasivo como aquello de “Voluntad política”; es tan impreciso que cada quien le encuentra su propio significado. Se antoja sin embargo que ambos son una actitud y predisposición a actuar de tal o tal manera. Conciencia turística debería entonces ser la condición social de un pueblo para recibir, atender, cuidar y cultivar el turismo.
De la parte social, es decir, de la población se esperaría actuar con actitud de servicio y no de servilismo; con honestidad y no de abuso, con deseo sincero de ayudar y no de obstruir. De la parte gremial; hoteleros, agentes de viaje, restauranteros y demás servidores turísticos, es esperaría una actuación profesional apegada a la ética, y de la parte oficial, es decir, del gobierno a todos sus niveles: la creación de infraestructura de servicios, , que tengan como finalidad  la atención a visitantes,  la prevención  de problemas y sobre todo el dotarlos de  información.
Los grandes receptores de turismo en el mundo: Los Estados Unidos, Francia, Italia, España, Grecia, Turquía, y ahora los países de Europa Oriental, tienen una población con tradición hospitalaria, y si bien no se muestran tan “amigables” como pretendemos ser los mexicanos, cuentan con leyes y reglamentos que hacen más fácil y segura la visita de los turistas.
Volviendo al tema de las presentes reflexiones, tener conciencia, , es tener conocimiento,  discernimiento y juicio, por lo tanto tener la población “Conciencia Turística”, significaría tener consideración por nuestros visitantes.   
Debo decir que desconozco las “cien acciones especificas” en que se basa el “Acuerdo Nacional por el Turismo” y ojala algunas vayan dirigidas a cambiar una actitud que bien podría boicotear sus fines y objetivos.
Si bien es verdad que la sensación de inseguridad en el país ahuyenta al turismo, habría que reconocer también que esa sensación no proviene solo del crimen organizado, mucho la fomentan autoridades venales, inversionistas deshonestos y ciudadanos que arriban de todas partes del país a los centros turísticos con la  mentalidad de explotar al turista y no al turismo, que son dos cosas diferentes.
La explotación del turismo no debiera considerar como objetivo principal el logro económico; éste, debiera ser la base para el desarrollo de las comunidades receptoras de turismo. Desarrollo que si no se traduce en calidad de vida para la sociedad hace que el turismo no alcance los fines del mismo.
Calificar al turismo solo con indicadores de número de visitantes y millones de dólares ingresados al país es una falacia que ha sido probada en sangre propia. El éxito del turismo debería considerar el bienestar de las comunidades receptoras que muchas veces salen perdiendo en este gran negocio.
Por otra parte, invertir miles de millones de dólares anualmente, para atraer nuevos visitantes podría ser un despilfarro si no se toman las acciones necesarias para crear lealtad en esos visitantes. No sería necesario voltear los ojos en busca de turistas de otros países del mundo cuando vivimos al lado del mayor exportador. El problema es el pobre factor de retorno de los turistas que visitan el país, producto posiblemente de una experiencia turística insatisfactoria.
El autor es analista turístico.
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