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Si aún no conoce usted la diferencia entre turismo ecológico y turismo de aventura, la provincia canadiense de Nueva Brunswick es el sitio donde averiguarla. Las dos formas de viaje son cada vez más preferidas por los vacacionistas, y Nueva Brunswick es el lugar para probar algo de cada una.
Nueva Brunswick, lengua de tierra que se adentra en el Atlántico hasta el punto de estar en otro huso horario, es, para las familias que llegan de México, un mundo distinto. El estrés queda olvidado donde las olas revientan contra rocosas costas y los bosques de follaje perenne se alzan hacia un cielo inquietante. En esta época del año, cuando las hojas cambian a un tinte de naranja y oro, es sobre manera acogedor. Las temperaturas vienen siendo las que tenemos ahora en la ciudad de México, pero el aire es fresco y limpio. En ninguna parte se ven muchedumbres.
No es que el país esté poco poblado. Está rebosante de pequeñas y encantadoras ciudades cosmopolitas. Nueva Brunswick se enorgullece de ser la única provincia canadiense oficialmente bilingüe. Québec es sólo francés, por favor, mientras que el resto del país se maneja en inglés.
Los eco-turistas son aquellos que viajan para observar y admirar, cuidando de no dañar el medio ambiente. En Nueva Brunswick abordan barcas para observar las ballenas que suben hasta la superficie. Hay 15 especies que se reúnen en la Bahía de Fundy, más tipos distintos de ballenas que en ningún otro lugar del mundo.
Los eco-turistas salen a caballo hasta el Eco-Centro de Irving y recorren un paseo marítimo entarimado por encima de la Duna de Bouctouche. La duna, gigantesca como un brazo de arena de 12 kilómetros de largo, se extiende donde las aguas de la bahía se encuentran con las del Golfo de San Lorenzo. En ese singular espacio coexisten dos ecosistemas. El entarimado protege el frágil entorno de las arenas tendidas allá abajo. Los guías señalan las plantas, aves y bichos que viven ahí y explican cómo sobreviven.
Aquí la playa está bañada por las aguas de la Bahía de Fundy, famosa por sus notables mareas. En ciertos sitios el oleaje sube hasta 18 metros dos veces al día. En ningún lugar se nota esto con más espectacularidad que en los Peñascos Hopewell. En la pleamar, los peñascos parecen ser islitas cubiertas de árboles en una caleta, pero cuando el mar retrocede, resultan ser columnas de piedra que se alzan desde el piso del océano.
En ciertos momentos de cada día es posible pasear por el piso del océano alrededor de la base de esos Peñascos Hopewell. Acuérdese de traer puesto el reloj. Hay letreros que avisan sobre la rapidísima subida de la marea, y cuando ésta llega, alcanzar la seguridad es todo un reto. Eso se califica de turismo de aventura.
Turistas de aventura son los que abordan lanchas de motor para navegar por los raudales a lo largo del Río Saint John mientras éste se vierte en la bahía. Una vez que la marea sube, los raudales cambian de sentido mientras la bahía se vierte en el río. Los pasajeros se mojan.


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