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Cuando nos invitaron a Lagos de Moreno en un viaje de prensa, me pregunté de inmediato qué podría encontrar en esa región de Jalisco a donde nunca había ido y de la cual no tenía información alguna, lo cual se debe a que nunca se habían promovido turísticamente.
Hoy, ya de regreso en la ciudad de México, la pregunta es por qué no había ido antes a Lagos de Moreno, ¿cómo es que no sabía de tantas cosas buenas que se pueden disfrutar en esa tierra jalisciense donde se guardan las mejores tradiciones de nuestro país y donde la gente es buena y clara como el agua, además de que están trabajando muy duro para rescatar sus haciendas y lo mejor de su arquitectura colonial, de su gastronomía, de su arte y de los valores familiares y sociales que mejor representan a nuestro México?

En definitiva, Lagos de Moreno es un lugar para enamorarse. Llegamos al Hotel Hacienda Sepúlveda luego de un recorrido de 5 horas por carretera y fuimos recibidos por Juan Alfonso Serrano, cuya familia se ha dado a la labor de restaurar una antigua hacienda señorial para convertirla en un hotel spa de primera línea internacional. Y lo han logrado con creces, pues nos encontramos con uno de esos lugares donde la tradición y modernidad se dan la mano sin que el visitante se dé cuenta apenas, de modo que nos instalamos en muy confortables habitaciones; son 23, todas distintas entre sí, pues se han aprovechado los espacios ya existentes de la hacienda.

Luego pasamos al comedor, un espacio impresionante donde antes se guardaban toneladas de granos y ahora está lleno de luz y goza de dos cualidades muy importantes: la primera es que, al igual que en todas las áreas de la hacienda, el servicio es personalizado, cálido y muy amable; la segunda es que la familia de Juan Alfonso conserva algunas de las mejores recetas de la región y le han dado gran importancia al hecho de mantener viva su tradición culinaria, así que la comida resultó ser una verdadera delicia. Al ir platicando con Juan Alfonso, nos dimos cuenta de que no sólo promueve su hotel, sino que se ha convertido en el mayor y más entusiasta promotor de toda la región de Lagos de Moreno.
Después de comer hicimos un recorrido por la hacienda y poco a poco fuimos descubriendo sus encantos: un spa de lo más relajante y consentidor, una piscina como para quedarse ahí mucho tiempo, un bar perfectamente equipado y agradable, jardines, jacuzzis, caballerizas, fuentes, patios y paisajes de sembradíos que le cambian a uno radicalmente la visión urbana. Una verdadera delicia.
Por la noche, una buena fogata y carne asada para cenar al aire libre, con un clima de lo más agradable, música, elotes tatemados en la fogata, agua de horchata y, estando en Jalisco, no podía faltar un buen tequila, así que la noche se prolongó y terminó con canciones y chistes alrededor de la mesa, en uno de esos ambientes sanos y relajados como pocas veces en la vida.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, tuvimos el gusto de conocer a Susana Muñoz, Directora de Turismo de Lagos de Moreno, quien a partir de ahí se convirtió en nuestra guía, junto con Juan Alfonso, para darnos a conocer un poco más de esta zona privilegiada de Jalisco. Nos platico que es una muy importante cuenca lechera, que su centro histórico tiene arquitectura colonial de muy buena factura y que además tienen varias haciendas ya restauradas o en proceso de restauración para convertirlas en hoteles, restaurantes o espacios para eventos.
Para ir comprobando las cosas sobre la marcha, nos dirigimos a la Hacienda Labor de Rivera, donde no hay hospedaje pero sí reciben a grupos para comer y para que vean una charreada al más puro estilo jalisciense. Eso fue lo que vimos, una charreada donde participaron todos los miembros de la familia, desde el abuelo hasta el nieto más pequeño, de apenas dos años y medio pero ya montado en su Pony y perfectamente vestido de charro. Luego la comida, rica y casera, por supuesto pero, más que nada, con ese sabor maravilloso que proporciona la sensación de estar con una familia bien unida y muy respetuosa de las tradiciones. Fue una expe­riencia de lo más agradable
De ahí nos fuimos al centro histórico de Lagos de Moreno, donde Susana nos mostró los sitios más interesantes, como el teatro, la Parroquia de la Asunción, la Escuela de Artes, el Jardín Principal y el Palacio Municipal. Luego del recorrido terminamos en la Casona de Teté, un encantador hotel boutique de apenas 6 habitaciones, cada una con diferente decoración pero todas con un gran atractivo, además de buena gastronomía y el mejor servicio que se pueda imaginar.
Siendo Lagos de Moreno una importante cuenca lechera, yo deduje que debía haber buenos quesos, de modo que les pregunté a Susana y a Juan Alfonso. Los dos coincidieron en que los mejores eran los quesos Thomsen, fabricados por el señor Federico Thomsen, quien vino de Suiza hace muchos años para trabajar en la planta de Nestlé que hay en Lagos de Moreno, pero luego, al retirarse, decidió hacer quesos tipo europeo de gran calidad y lo logró de la mejor manera, pues tiene un queso adobera extraordinario, un tilsit con semillas de alcaravea que es realmente de gourmet, un excelente queso Gouda y, más que nada, una creación personal a la que nombró Queso Lagos de Moreno, el cual combina las mejores cualidades de los anteriores y resulta de un sabor en verdad memorable, además de ser perfecto para comerlo solo, para integrarlo en diferentes platillos y para gratinar, una auténtica delicia. Su negocio se ubica en la calle Rita Pérez 375, muy cerca de la Parroquia de la Asunción y de la Casona de Teté.

Para cerrar la jornada con broche de oro, fuimos a visitar el taller del maestro escultor Carlos Terrés, creador de grandes obras entre las que destaca la corona de la iglesia de Puerto Vallarta y varias otras esculturas diseminadas por varios países del mundo. De ahí pasamos a visitar su café – galería, un espacio en verdad original y con la mejor vista de la ciudad, pues se ubica en lo alto de una colina. Ahí, el maestro Terrés nos hizo el gran honor de invitarnos a cenar a su casa, de modo que pasamos a un espléndido jardín escultórico donde paladeamos un rico pozole con el maestro y su esposa, gente con un hermoso sentido de la hospitalidad y con un espíritu que muestra lo mejor de la tierra de Jalisco.

A la mañana siguiente nos tocó desayunar en la Hacienda La Estancia, una de las mejor conservadas de la región y con una colección de muebles de época que bien vale la pena visitarla. Ofrece hermosos espacios para realizar eventos y hospedaje para grupos pequeños. Su cocina es en verdad de añoranza, de sabores que nos llevan a los mejores recuerdos de la infancia y de la familia. Un gran lugar.
Después del desayuno, hicimos un recorrido por toda la hacienda y luego paseamos un poco por Lagos de Moreno antes de sentarnos a comer en El Mesón, un restaurante típico donde Rafael Jiménez ofrece los mejores platillos de la región en un ambiente de lo más familiar y agradable.

Ahora, de nuevo en la Ciudad de México y escribiendo esto, no sabe usted, estimado lector, qué ganas tengo de regresarme a Lagos de Moreno, a su aire limpio, a sus haciendas, a su vida tranquila, a su gastronomía casera, a sus noches estrelladas con fogata, guitarra y un buen tequila pero, más que nada, al buen espíritu de su gente, al celo con que cuidan sus tradiciones, a lo mejor de México.

Por Vicente Ochoa L.


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