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Canadá tiene Quebec y México tiene Campeche. Estos son las únicas dos ciudades amuralladas en Norteamérica. Ambos son monumentos, museos enormes al aire libre que recuerdan un mundo que ya no existe (gracias a Dios). El clima es mejor en Campeche, como también son los mariscos (aunque Quebec tenga langosta). Y en Campeche, sentirás que has descubierto un lugar que nadie más conoce.
Aquellos que tienen la suerte de encontrar su camino hacia el legendario puerto toman paseos en tranvías por estrechas callejuelas adoquinadas sumidas detrás de las fortalezas. Antes de la cena — pero después de la puesta del sol — puedes disfrutar una función de luz y sonido, un emocionante y conmovedor cuento sobre los piratas que pululaban los mares y a veces las calles locales. Este fue antes que las murallas fueron construidas.
Campeche esta disfrutando un renacimiento. Durante gran parte del siglo-y-medio pasado el centro histórico, una vez protegido por baluartes y baluartes, decayó a ser un puerto que no tenía mucho más que vivir que de sus recuerdos. Ningunos arcos dorados existieron en el Campeche viejo. Ningún neón destelló, ni cromo brilló. Ahora tales abominaciones son prohibidas, por lo menos en el centro histórico. Claro, el curioso Palacio Legislativo parece un sándwich. Fue erigido hace un par de décadas atrás cuando la administración local trataba de demostrar que el mundo no había olvidado a Campeche.
Pero en verdad el siglo XX en general se olvidó de Campeche, y en eso está su encanto. Que este sitio fue colonizado es sorprendente. El primer intento para conquistarlo fue de Francisco Hernández de Córdoba, que murió en 1517 junto con unos 20 de sus hombres durante una batalla con los mayas locales cerca de lo que los habitantes llamaban Ah Kan Pech, que se traduce como “lugar de serpientes y garrapatas”. Suena como un lugar para evitar, pero los españoles regresaron, atraído por un tesoro inesperado que crece en los bosques cercanos: palo de tinta, del cual tintas de colores extraordinarios pueden ser extraídas
Eso fue importante en el siglo XVI cuando sólo los ricos podían pagar por capas púrpuras, chalecos rojos y otra ropa coloreada brillantemente con los jugos de bichos raros y plantas exóticas. La gente común y corriente compró sólo ropa pintado con materiales baratos y monótonos como hollín. Cuando barcos cargados con la madera de Kin Pech empezaron a aparecer en los puertos de España, las noticias de que una fuente nueva de coloreada tinta había sido encontrada, estallaba a través del continente.
Mientras en Campeche — como los españoles han bautizado a la ciudad — fortunas fueron hechas desde propietarios de plantaciones hasta  los corredores de esclavos que importaban a africanos para cortar los árboles (los mayas prefirieron evitar tales tareas). Las calles de Campeche, se ha  dicho, “estaban forrados con fabulosas mansiones, las iglesias llenas de oro, la plata y la porcelana china más fina”. Una onza de palo de tinta en Europa valió tanto como una onza de oro.


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