Jacques Rubinstein y la Buena Conversación
Cuando asisto a un evento turístico, si es posible, siempre trato de escoger con cuidado con quién me voy a sentar.
No me gusta sentarme junto a personas que pasan el evento encadenados a la tecnología, cabisbajos y con los pulgares apretando botones... (sin querer ofender a nadie, pienso que hay algo antropológicamente incorrecto en el abuso del blacberry y similares y cuando veo a una persona absorta en su aparatito digital no puedo dejar de pensar en las imágenes de los simios al principio de “2001: Odisea del Espacio” y comparo a dos grupos de seres con la espalda curva: unos apretando ‘gadgets’ y otros golpeando con huesos, y aunque no quiera, no puedo dejar de encontrar la similitud entre ambas acciones.)
Tampoco me gusta sentarme con la gente que se la pasa hablando de ellos mismos o de los negocios de ellos mismos o de los logros de ellos mismos... las personas cuya trinidad es “me, myself and I” me aburren muy pronto.
Yo creo que por eso, si llegaba a un evento en que estaba Jacques Rubinstein con su inseparable esposa Richa, veía la posibilidad de sentarme junto a ellos, ya que Jacques Rubinstein siempre fue un gran conversador.
Recuerdo varias de las anécdotas de Jacques. Por ejemplo, cuando junto a su querida Richa, en su juventud, cuando empezaban su vida de pareja en un mundo difícil y complejo, tuvieron la oportunidad de quedarse en un gran hotel de París en que, para su sorpresa, los alojaron en una de las mejores suites.
Jacques estaba sorprendido y no entendía por qué había recibido esa distinción, no entendía el por qué del ‘up-grade’ hasta que bajando al lobby se dio cuenta que el encargado de la recepción se había equivocado y había confundido a Jacques con otro Rubinstein, Artur, el famoso pianista. Jacques y Richa se quedaron a disfrutar de la suite sin pagar extra y el siempre amable Artur Rubinstein se alojó en otra.
Mucha gente en la actualidad ya no tiene anécdotas. Ya no sabe describir hoteles y aviones y ciudades. Ya no platica de sus vidas sin pretensión y sin tratar de maquillar las cosas.
Por eso me gustaba escuchar a Jacques Rubinstein. Un gran conversador, un gran turistero, un gran hombre de familia.
Voy a extrañar a Jacques Rubinstein, así como extraño a otros grandes hombres de una generación en que el arte de conversar, de dibujar anécdotas, de pintar narraciones, era mucha más importante que hoy en día.