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Vendiendo (y Comprando) Votos

Tal vez lo que vamos a decir suene sorprendente e incluso ofensivo para algunos, pero les pedimos que lean hasta el final del editorial antes de formarse un juicio.
Para que un sistema democrático funcione bien, todos los partidos políticos deben vender votos y todos los ciudadanos interesados deben comprarlos.
Una elección, en el fondo, es un ejercicio de compra-venta. El problema es cuando la ignorancia de la sociedad es tal que los votos los venden muy baratos: dar el voto a cambio de una torta y un refresco, de un poster y unos vales para adquirir algún producto, de una promesa de aumento de sueldo o de alguna solución mágica a algún problema...
Por otro lado, en la medida en que los ciudadanos entienden sus derechos y las obligaciones de los funcionarios, en esa medida el voto aumenta de valor. Es muy diferente dar el voto a cambio de una torta que a cambio de compromisos que obligan y ligan al votado con el votante.
Si los partidos políticos no fueran hipócritas, admitirían que las campañas son ejercicios en ofertar votos.
Si los ciudadanos vemos las cosas en su mínimo común denominador, lo que hacemos cuando consideramos las diferentes propuestas de los candidatos es decidir qué oferta vamos a comprar con nuestro voto.
Repetimos, el problema es cuando la ignorancia de la población los lleva a vender sus votos muy baratos, a regalarlos por no reconocer que un voto, dentro de una democracia, es un arma valiosísima.
Los mexicanos necesitamos aprender a vender nuestros votos lo más caros posibles. Necesitamos aprender a exigir que lo que ofrecen los candidatos a cambio de nuestro voto por lo menos se equipare en algo a lo que ellos van a ganar.
En la elección presidencial, por ejemplo,  el candidato ganador de la noche a la mañana entra a un mundo de privilegios, de poder, de ventajas que la mayoría de la gente ni siquiera imagina. Sabemos que en la política a la mexicana el candidato elegido para ser presidente jamás tendrá que preocuparse otra vez por sus finanzas, o por sus impuestos, o por cualquier otra cosa que desde ahora y para siempre podrá arreglar automáticamente.
Sabemos que el candidato ganador jamás tendrá que preocuparse por su situación económica o la de sus descendientes por varias generaciones...
Si con nuestro voto hacemos que el ganador entre a un mundo de privilegios que ninguna tarjeta negra, morada o de cualquier color o material le ofrece a una persona normal, entonces asegurémonos que nuestro voto les resulte caro: hagamos nuestro máximo esfuerzo para que las promesas y compromisos sean obligatorios y demandemos eso.
México crecerá como democracia en la medida en que sus ciudadanos aprendan el verdadero valor del voto y lo vendan lo más caro posible a los políticos.


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