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Por Daniel Olivares Villagómez.

  • Restaurantes en el arroyo vehicular.
  • Que no se repita el esquema de Acapulco o del Zócalo.

La industria de los establecimientos de restauración en México es importante: Antes de la pandemia existían cerca de 500,000 establecimientos, 270,000 de los cuales operaban de manera formal, y su número crecía en un 6.5% anual. Según CANIRAC e INEGI, la actividad impacta en 83 por ciento de las ramas de la actividad económica, lo que implica una aportación de 1.8 por ciento en el PIB nacional y un 13 por ciento en el turístico. Así, 7 de cada 10 empleos en turismo son aportados por negocios de restauración. A su vez, es la segunda rama económica en generación de empleos, con 1.5 millones de personas ocupadas en forma directa, y la primera en el autoempleo (64 por ciento de tales plazas son ocupadas por mujeres). En conjunto, la actividad genera 5.6 millones entre empleos directos e indirectos. Los establecimientos van desde pequeños negocios familiares en la propia vivienda, hasta grandes establecimientos de lujo y de autor.

El Estado de México y la Ciudad de México son las entidades que, en razón de su gran población, tienen el mayor número de establecimientos: Cerca de 64 000 en Edomex y 54000 en CDMX antes de la pandemia.

Indudablemente, este sector fue uno de los más afectados por el flagelo, habiéndose perdido aproximadamente 15% del total, es decir, 90 000 negocios a nivel nacional, mientras que en el conjunto Edomex/CDMX se estima cerraron 13000 unidades económicas.

La prueba ha sido muy dura, y motivó que en enero los restauranteros presionaran a los gobiernos locales y nacional mediante movilizaciones y desplegados con el lema “Si no abrimos, morimos”, lo que se tradujo en acuerdos que permitieron abrir los establecimientos utilizando la vía pública en un esquema conocido como “Ciudad al Aire Libre”. Así, las banquetas y hasta el arroyo vehicular anexo a los negocios fueron súbitamente transformados en terrazas para que los comensales asistieran sin estar constreñidos a espacios cerrados. Todo esto se entendió como una medida temporal, y fue bien vista por todo mundo, ya que la ciudad se vio de pronto más animada por invitadoras mesas que, con el buen clima que prevalece la mayor parte de las ocasiones, se antoja disfrutar.

De pronto, en abril se anunció que la medida sería permanente y que los enseres que se podrán colocar serían toldos, plataformas, barreras físicas y señalética de protección en franja de estacionamiento sobre el arroyo vehicular, dejando un espacio libre de apenas un metro para el paso peatonal. Los abusos no se hicieron esperar y ya un restaurante en Polanco destruyó una jardinera pública para adueñarse del espacio, mientras que otros con macetas fijadas con concreto se hacen de vía pública atiborrándola y dificultando la circulación de peatones y vehículos.

Deseable es que este esquema no degenere en el abuso que se ve en distintas localidades de playa, como en Acapulco, sobre todo en Puerto Marqués, donde los prepotentes negocios aledaños a la playa no dejan ni un espacio libre entre sus mesas y el mar, impidiendo la libre estancia de turistas si no pagan derecho de silla o mesa.

Que la difícil situación por la que atravesamos todos en el sector turístico no sea pretexto para los abusos, como los que de continuo realizan las terrazas aledañas al Zócalo, donde las estafas y sobrecobros están a la orden del día, en perjuicio de visitantes y locales.         

   


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