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Por Daniel Olivares Villagómez.

  • Los monopolios en Cancún.

Los polos de desarrollo integralmente planeados que se generaron a partir del gobierno del presidente Echeverría, constituyeron el detonante de un crecimiento turístico espectacular en las dos penínsulas de nuestro país; Yucatán y Baja California, al punto que la mayoría de los visitantes internacionales llegan ahí. El éxito de la concepción inicial del proyecto es innegable, a pesar de que en su momento fue muy criticado, como ahora lo es el proyecto del Tren Maya.

La deficiencia principal de estos polos, que se acentuó profundamente durante el mal llamado periodo “neoliberal”[1], es que se concentraron muchas actividades en muy pocos oferentes. El caso emblemático es la transportación terrestre de los aeropuertos, en los que no se consideró la modalidad pública municipal, sino que se entregó el negocio, como en el caso de Cancún, a una sola compañía de taxis, a muy pocas empresas de “transfers”, y a la empresa monopólica de autobuses del Sureste, que es al mismo tiempo accionista de la concesionaria aeroportuaria en esa zona del país. El resultado no puede ser otro más que el abuso, la voracidad y las prácticas leoninas derivadas de tal estructura monopólica, que sangran al turista y evitan la sana competencia.

Así las cosas, es común que un viajero en aerolínea de bajo costo tenga que pagar más al transportador terrestre que lo lleve al centro de Cancún, que lo que pagó a la compañía de aviación por su pasaje aéreo, por ejemplo, desde la ciudad de México: El “transfer” de una sola persona en colectivo cobra cerca de 320 pesos, mientras que el taxi cobrará cerca de 500 unidades de Moneda Nacional. La “ganga” es el autobús de la empresa del Sureste que cobra 98 pesos, pero que lógicamente tiene salidas espaciadas que pueden desesperar al visitante e inducirlo a caer en el “transfer” o en el taxi.

Como en ningún otro lugar del país, los monopolios de la transportación terrestre de Cancún han podido oponerse rabiosamente a la llegada de modalidades tipo “Uber” o “Cabify”: Simplemente no las dejan operar. Parece que tienen el poder político suficiente para que las autoridades ignoren la Ley de Competencia Económica, y no han prosperado ni solicitudes, ni denuncias ni amparos: Simplemente no se permite que haya nuevos jugadores en el mercado; todo en perjuicio de la actividad turística, de la difusión de la derrama en más participantes y del turista, que forzosamente debe comprar carísima la transportación a los monopolistas, que no permiten el que un viajero pueda tomar un “Uber” en el aeropuerto que lo trasladaría a él y a tres personas más por sólo 160 pesos.

Si a esto se suma el ya expuesto monopolio de los ferris que comunican a Cancún con Isla Mujeres y Cozumel, que cobran leoninas tarifas por tramos muy cortos, en comparación con lo que cobra una aerolínea para salvar la incomparable distancia entre la Ciudad de México y Cancún, se verá claramente que no hay una vocación competitiva en esta área de la transportación.

Otra actividad que también manifiesta una enorme concentración es la de las actividades acuáticas, en las que una sola organización se lleva la parte del león. Así las cosas, deseable es que las autoridades actúen para que no se perpetúen estos monopolios, tan dañinos y lesivos para la actividad en su conjunto, y desde luego para el turista y la comunidad local.

                

 


[1] El auténtico liberalismo económico implica competencia, no monopolios.


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