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Algunos estados y localidades del país están aventurándose a transitar del “Semáforo Rojo” al “Semáforo Naranja”, lo cual ha motivado que restaurantes, hoteles y empresas de eventos reinicien actividades. Los que han empezado a dar servicio en sus instalaciones y que saben lo que hacen en materia de prevención de riesgo han optado por novedosas prácticas que pueden muy bien hacer escuela para bien de los consumidores, del negocio y de la población en general: La bienvenida implica el recibir al comensal con tapete desinfectante; la “hostess”, con cubreboca y careta plástica, toma la temperatura del cliente y le invita a aplicarse gel antibacterial, antes de conducir a los comensales a su mesa, dispuesta a considerable distancia de las otras con objeto de mantener la “Sana Distancia”, básica y elemental medida que los establecimientos de calidad deben observar escrupulosamente. Debe distinguirse entre mesas “familiares” y “de negocios” entendiendo que estas serán ocupadas por personas que no cohabitan y por tanto deben asegurar una separación mayor entre los comensales.

 

La mesa está desnuda, y sólo en presencia del consumidor se coloca el inmaculado mantel de tela, preferiblemente blanco y desde luego sin estampados de ninguna clase que pudieran disimular alguna mancha. Nada de trípticos, perennes porta-condimentos, salseras o centros de mesa de ninguna clase. Las hipermanoseadas carpetas donde solía presentarse la carta, muy grandes y ostentosas en ocasiones, y por ende portadoras de incontables gérmenes han desaparecido, y han sido sustituidas por impresiones desechables del menú, y/o por códigos “QR”: Si el cliente cuida de la limpieza y sanidad constante de su teléfono celular, tal como es deseable lo haga con sus propias manos, el recurso es auxiliar eficaz, aunque lo mejor es abstenerse de sacar del bolsillo el dispositivo durante toda la experiencia culinaria. Los desinfectados cubiertos y servilletas de género vienen envueltos en bolsas plásticas, los condimentos, panadería, tortillas y salsas se presentan a cada comensal en porciones individuales para evitar el “pasarlos” a los otros. Desde luego el uso del cubrebocas es imperativo fuera de la mesa y la careta indispensable en la conversación de negocios, implementos desechables estos que pueden ser proporcionados por el restaurante con su logo y cargados “por cubierto” personal.

Los vistosos bufets son cosa del pasado, a menos que se sirvan por el personal con escrupulosas medidas sanitarias y se exhiban detrás de pantallas plásticas o vidriadas, presentándose en platillos ya porcionados. Los magnos eventos sociales desaparecen del cuadro atomizándose en pequeñas reuniones: Los banquetes en mesas recargadas de virus en forma de adornos, menú, recuerdos y centros de mesa dan paso a mesas con 40% máximo de la capacidad prepandémica y atendiendo a criterios de mesa “de negocio”, con al menos metro y medio de separación entre cada comensal y dos metros entre mesa y mesa. Desde luego están “out” fenómenos antropológicos como las “víboras de la mar”, y lances de liga o ramo, sustituyéndose por sorteos si la novia se empeña. De igual modo se dice adiós a las apretujadas pistas de baile y a los “calabaceados” con la quinceañera.

Es importante entender que el mundo cambió, no comprenderlo en restaurantes y banquetes es, por menos decir, peligrosamente temerario.              

Por Daniel Olivares


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