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•    Ocio, pandemia, distanciamiento social y reconversión de la actividad turística.  

 

Parte fundamental para entender el fenómeno turístico y sus numerosas implicaciones sociales, económicas, culturales y medioambientales, está en la comprensión de otro fenómeno mucho más profundo inherente al ser humano. Desde luego hablamos del ocio. El abordamiento de este concepto por parte de la filosofía, la sociología, la psicología, la economía y hasta la mercadotecnia, ha distinguido las últimas décadas, pero ningún tratadista, hasta donde se sabe, pudo imaginar que de pronto, y a causa de la pandemia que asola el mundo, el ocio acabaría por ocupar la mayor parte del tiempo cotidiano de miles de millones de personas en todo el mundo. Empero, este ocio impuesto por la emergencia viene acompañado del confinamiento, lo cual es exactamente lo opuesto a otro componente básico del turismo: El desplazamiento. Así las cosas, nos encontramos en el inicio de la segunda década del siglo XXI ante una realidad inusitada, paradójica y desde luego jamás imaginada: De pronto, un importante conjunto de industrias dedicadas a la recreación, al esparcimiento y a los viajes son literalmente detenidas en seco.

Estamos ante un escenario nuevo que implica cambios trascendentales en la forma en que, de aquí en adelante, el ser humano va a relacionarse con su entorno social y medioambiental. Por principio de cuentas habrá que reconocer que la humanidad es ya demasiado grande para sustentarla cómodamente en el planeta, de ahí que las pandemias se empiecen a generar cada vez con mayor frecuencia y con mayor fuerza: Llegaron para quedarse. Filósofos, políticos, y líderes de todo tipo deben comprender que la reconversión de todas las actividades del hombre y su manera de organizarse es un asunto literalmente de vida o muerte. Lo que debe quedar claro es que la forma en que el ser humano se relaciona con sus semejantes y con su mundo nunca volverá a ser igual que antes de la pandemia: Paradigmas socioeconómicos como la globalización, el crecimiento económico y poblacional incesante, y la sobreutilización de los recursos deben ser revisados hasta la médula.

Así, el modelo industrial turístico, basado en maximización, concentración, uniformización, sincronización, centralización y masificación del producto turístico entra en una crisis que bien pudiera ser terminal. Por tanto, se impone el cambio desde hace tiempo propuesto hacia lo que denominamos hace ya más de dos décadas Turismo Nuevo, que propone el particularismo, la personalización, la descentralización en la toma de decisiones, y un respeto absoluto para el entorno cultural, social y medioambiental.

La reconversión no será fácil: El turismo volverá a hacerse “exclusivo” en la medida en que los costos de transporte aumentarán por el temor de que la masificación genere focos de riesgo sanitario, a menos de que surjan técnicas nuevas que permitan la aglomeración sin riesgos. La estructura turística de hospedaje, alimentación y recreación deberá necesariamente también alejarse de la concentración y fomentar la satisfacción del cliente en forma particular. Todo esto desde luego encierra una paradoja y el reto esencial: ¿cómo hacer más accesible el turismo al mismo tiempo que se abandona la masificación?

Reflexionar sobre lo anterior es quizá lo más relevante a lo que deben dedicarse en este momento los líderes turísticos y los capitanes de la llamada industria sin chimeneas.               


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