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Escribo estas líneas a propósito de su editorial del 9 de abril de 2020, titulada “AMLO y la insana distancia”, a manera de reflexión y no como réplica, pues de ninguna manera pretendo polemizar, ni estoy en posición de defender una u otra postura. Solamente busco extender el panorama que han planteado y señalar algunas de las preguntas que nos provocan estos tiempos inciertos.

Aclaro, de antemano, que no soy experto en política ni economía, ni conozco como ustedes la dinámica de producción y servicios en nuestro país. Habiéndome formado en el campo de las humanidades, percibo el acontecer público a través de sus manifestaciones discursivas y entiendo así los comportamientos de los actores políticos. Por no ir más lejos, la pura mención de Shakespeare servirá como recordatorio de que no hay teatro más grande en una nación que el de su política.

Como sabemos, los eventos de la semana del 6 al 10 de abril marcaron un capítulo más en la coyuntura política de nuestro país. Situados en la cuarentena del COVID-19 (y, en un escenario vecino, la definición por una postura moderada en el partido demócrata de Estados Unidos), la preocupación inmediata fue la salud pública y, a mediano plazo, la difícil recuperación del mercado. Ante la incertidumbre, AMLO anunció una serie de medidas que, básicamente, consisten en continuar con el programa establecido por su gobierno desde el año pasado. Ello suscitó críticas instantáneas. En la prensa y las redes sociales se le ha acusado de inacción deliberada, cuando no de torpeza reduccionista por polarizar la realidad en una lucha caricaturesca: “el gobierno de los pobres vs los empresarios ricos”, olvidándose de la clase media, que sostiene la dinámica interna de la economía a través del empleo y las Pymes.

Cierto. El discurso público de AMLO es reduccionista y recuerda más a la campaña política que a la administración. Sin embargo, como en todo drama, hay un subtexto. Tal subtexto se manifiesta en las acciones. Con un considerable efecto dramático, AMLO anunció su “plan reactivador” fuera del tiempo convencional de la vida pública: un domingo. Y al lunes siguiente forjó alianzas con los miembros más fuertes de la clase empresarial: Slim, Larrea y Baillères. Mismas que anunció orgulloso el martes. Sabiendo muy poco de economía, me pregunto, ¿no es sospechoso que el autoproclamado Robin Hood sea amigo del Rey Eduardo? ¿Y que, encima de todo, lo presuma?

No, en realidad no es sospechoso. El subtexto de la vida pública es un reflejo de lo que sucede tras bambalinas. No pretendo argumentar que se trate de una conspiración, sino que la política es un juego de poder complejo y al presidente se le facilita fingir demencia o interpretar el bufón para “picarle la cresta” a ciertos sectores con la finalidad de ganar tiempo. No es la primera vez que lo hace, ya en septiembre puso los pelos de las universidades públicas de punta cuando redujo “accidentalmente” el presupuesto por un “error de cálculo”. Ahora le tocó a las clases media y empresarial.

No poseo criterio para juzgar si las medidas reactivadoras son adecuadas, ni para discernir las implicaciones de la alianza con Slim. Pero me queda claro que el conflicto de esta semana se reduce a una disputa central: ¿es o no necesario adquirir deuda para reactivar la economía? Y las dos respuestas posibles sacaron a la luz los dos discursos que, al parecer, marcarán el resto del sexenio. AMLO es tendiente al no, y con un creyente del impulso de la infraestructura interna como Slim a su lado intenta darle sustento de autoridad a su argumento. Quienes defienden que es necesario adquirir una deuda han formado una coalición disidente, cuyo fundamento es la eficacia de la iniciativa privada ante la adversidad.

Resta observar que durante esta semana el discurso de la oposición al gobierno actual adquirió coherencia, mientras tanto, en los últimos meses el partido dominante se resquebraja por disputas internas. Llama mi atención que, en todo este proceso, la clase media alta no se representa a sí misma, sino que cede la voz a quienes luchan contra la alianza AMLO-Slim.

Todo el acto montado trae a colación las mismas preguntas que llevamos haciéndonos desde hace décadas: ¿acaso la democracia se encuentra en un escenario y nuestro papel es sólo el de espectadores?, ¿en qué grado la propaganda es publicidad y viceversa?, ¿los partidos políticos son los únicos que acarrean masas para justificar sus intereses?, ¿el poder es un medio o un fin?

 Por Héctor R. Sapiña Flores


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