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Categoría: Editorial

Editorial 5 de marzo 2020

Lo difícil de construir... y lo fácil de destruir.

Una de las tristes ironías que tenemos que enfrentar en la vida es que cuesta mucho trabajo construir y es muy fácil destruir.

Pensemos por ejemplo en la Catedral de Notre Dame: Cuántos años se invirtieron para construirla, cuánto esfuerzo, cuánta dedicación para mantenerla en el mejor estado posible... y en unos cuantos minutos, debido aparentemente a la negligencia y falta de pericia de unos cuantos trabajadores, una parte importante de la misma se quemó y ya nunca será igual.

Qué fácil resulta también que en una guerra un avión tira bombas que destruyen el corazón de una ciudad, de un pueblo, de una nación, y lo que tardó tantos años e incluso siglos en establecerse como la imagen y el alma de un lugar, termina en unos cuantos minutos.

En las zonas boscosas de muchas partes del mundo, qué fácil pueden terminarse casas, vida familiar y patrimonio de mucha gente simplemente porque algún desequilibrado inició un fuego con una simple colilla de cigarro... y así podríamos continuar citando ejemplos.

En cuestiones económicas y sociales sucede lo mismo. En el turismo las cosas han tardado muchos años en establecerse, en construirse. No ha sido de la noche a la mañana que México se convirtió en una potencia turística. En los sexenios pasados, si somos honestos, la iniciativa privada también tenía que esforzarse en convencer a los gobiernos de la importancia del turismo para la economía y salud social del país.

Los gobiernos anteriores, tanto del PRI como del PAN, también tuvieron que ser convencidos de que el turismo era importante. Recordemos que por muchos años Sectur se consideraba una secretaría de segunda que servía de trampolín a políticos que buscaban algo mejor, y recordemos que Calderón incluso propuso terminar con Sectur y durante su sexenio muchos recursos dedicados al turismo fueron desviados impunemente para otras cosas.

Pero en esos gobiernos anteriores, fuera por presión de la iniciativa privada o por convencimiento propio, las cosas seguían jalando para promover y vender el país. Aunque fuera a regañadientes, los gobiernos reconocían la importancia del turismo y, aunque muchos de los recursos para promoción terminaban diluyéndose quién sabe cómo y con quién, había promoción.

En el gobierno actual tenemos un secretario de turismo que indudablemente sabe de la industria ya que toda su vida laboral la ha pasado ligado al turismo. Torruco sabe de la importancia de la promoción, del beneficio de programas como los fines de semana largos, de lo importante que es que se hable de México y que existan las vías y canales de comunicación para que los turistas lleguen y salgan sin contratiempos.

Pero aparentemente su jefe, el Presidente, está tomando algunas decisiones que afectan al turismo basándose no en ideas sino en ideologías, no en planes sino en presentimientos, no en números sino en gustos o prejuicios. La industria turística en México es muy fuerte, pero no nos olvidemos que es muy difícil construir... es muy fácil destruir... y es todavía más difícil reconstruir.