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19 de septiembre de 2017

19 de septiembre de 2017
En el segundo septiembre 19 de mi vida, el de apenas hace unos días, en el momento en que estaba temblando un pensamiento absurdo ocupó mi mente por un par de segundos, uno de esos pensamientos que realmente no tienen importancia, mucho menos en medio de una crisis, pero que de igual forma uno tiene: "No es posible que esté temblando otra vez así en esta fecha. No es posible que un sismo de tal magnitud ocurra precisamente hoy."
El siguiente pensamiento fue igual de corto pero mucho más significativo: "Si así se está sintiendo en el norte de la ciudad, ¿qué estará pasando en la zona de mayor afectación sísmica?
A diferencia de hace 32 años, en esta ocasión los sistemas de comunicación no dejaron de funcionar o se restablecieron muy rápido y fue posible comenzar a ver, poco a poco, la magnitud de lo ocurrido.

Arma de dos filos
En 1985 pasaron horas e incluso días para que los servicios de comunicación tradicionales se restablecieran, eso resultó en algo muy peligroso en las crisis: falta de comunicación.
En 2017 pudimos constatar que 32 años han hecho una diferencia enorme en la habilidad para comunicarse en tiempos de crisis. Muchos recordamos de hace 32 años la imagen de un periodista comunicando lo ocurrido a través del teléfono que tenía en su coche, uno de los primeros aparatos portátiles que podían adquirirse. En la actualidad muchísima gente tiene su propio teléfono e incluso muchos afectados, desde las ruinas de sus edificios, pudieron hablar o enviar mensajes para buscar ayuda.
Por otro lado, esa rapidez para comunicarse con los medios tecnológicos disponibles hoy en día, resultó que la ayuda llegara primero a los lugares desde donde se pudo enviar comunicación y muchas otras zonas donde la tecnología no es tan disponible no recibieron la atención de emergencia que necesitaban hasta días después.
Además, la facilidad para comunicarse no necesariamente conlleva comunicación efectiva y veraz y eso produce una paradoja: a mayor capacidad para comunicarse con inmediatez, mayor puede ser la posibilidad de una comunicación inexacta o falsa.
Si hace 32 años un problema fue la falta de comunicación, en este 2017 pasó algo que puede ser tan dañino: comunicación falsa o errónea.

La respuesta civil, y la otra
Fue muy emotivo y nos llenó de orgullo ver la respuesta civil que inmediatamente comenzó a ingeniárselas para ayudar a los afectados por el terremoto.
Literalmente, la gente se volcó a las calles para ayudar. La gente no se quedó en los buenos deseos sino amigos y extraños, afectados y no afectados, jóvenes y viejos, pobres y ricos, trabajadores y estudiantes, rescatistas profesionales y ciudadanos que se convirtieron en rescatistas, se movilizaron para ayudar como fuera y a quien fuera.
Hubo momentos de triunfo cuando los rescatistas lograban sacar a alguien con vida de los escombros de alguna construcción. Pero también hubo momentos muy tristes cuando el rescate se convirtió en recuperación de cuerpos. Vidas que terminaron de una forma inesperada, tajante. La respuesta de la marina y otros grupos de rescate y ayuda fue también extraordinaria.
A nivel gubernamental, tanto CDMX como federal, nuevamente se pudo constatar el alejamiento, la distancia profunda que existe entre el sentir de la gente y la respuesta protocolaria que en el mejor de los casos se siente amable pero nunca personal y mucho menos entrañable. Esta tragedia pudo mostrar nuevamente lo divorciados que están los diferentes niveles de gobiernos y la población.

La misma corrupción
Al comenzar a ver los edificios afectados pudimos darnos cuenta de que en algunos casos la tragedia había sido anunciada y por lo tanto podría haber sido evitada.
En 1985, después de ese primer 19 de septiembre, la Ciudad de México cambió para siempre. Muchos jóvenes se unieron y políticamente transformaron al Distrito Federal. Si bien es imposible detener un terremoto, en aquel entonces se luchó para que se establecieran leyes que ayudaran a aminorar los efectos de un sismo.
El resultado fue que la Ciudad de México cuenta con uno de los mejores códigos de seguridad ante sismos. Pero como muchas otras cosas en nuestra ciudad y en nuestro país, eso es algo meramente teórico, y cuando lo teórico no se lleva a la práctica es algo inútil, inservible.
Desde 1985, muchos de los que promovieron el cambio ya no están y muchos de los que siguen allí ya no son como eran, se los devoró el sistema y actualmente son tan corruptos como la gente a la que criticaban hace 32 años.
Poco a poco, a través de 32 años, las promesas de ya no construir edificios mayores a cierta altura, o de ya no construir edificios en zonas de riesgos, o de clausurar inmediatamente las edificaciones prohibidas... todo eso fue diluyéndose en la combinación letal de la indiferencia y la corrupción.
Este sismo reciente fue muy fuerte. Pero resulta obvio que varias construcciones hubieran resistido si hubieran estado bien construidas. Y también es obvio que otras jamás debieron construirse. Cuando en una calle todos los edificios resisten menos uno, no se le puede echar la culpa al terremoto sin considerar que algo malo había en la historia de ese edificio.
Desde 1985 hasta ahora, absolutamente ningún gobierno del Distrito Federal o de México está libre de culpa. Por supuesto que los políticos, hipócritas por naturaleza, no tienen ningún problema en echar la primera piedra a otros políticos, pero absolutamente ningún gobierno y ningún partido tiene la autoridad moral de culpar a los otros.
¿Cuántos edificios en la Ciudad de México que se construyeron desde 1985 no cumplen con los requisitos de seguridad necesarios? A través de los años muchos ciudadanos interesados han llamado la atención de las autoridades sobre edificaciones riesgosas, pero la indiferencia, la corrupción y lo mal paridos de muchos funcionarios han hecho que las cosas sigan igual.
Es tiempo de hacer algo.


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