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En Tlaxcala tiene usted la mejor de las provincias a sólo 90 minutos de la capital nacional. Bueno, tal vez un poco más de 90 minutos. Hay días en que se tarda 45 minutos meramente en salir de la Ciudad de México. Su irritación aumenta al ver cómo puede perderse tratando de encontrar su hotel una vez que ha llegado a Tlaxcala. Sin embargo, en mi caso, cuando lo encontré y un botones no sólo se encargó del equipaje sino que además estacionó mi automóvil, se me olvidó la irritación.


En realidad yo había escogido ese hotel sin verlo antes porque está en el Zócalo local y presume de calificación de cinco estrellas pero sólo cobra precios de tres estrellas. Como no pertenece a ninguna cadena hotelera, es distinto de otros establecimientos de cinco estrellas que he visitado, pero de todos modos es encantador. El bar está decorado con carteles de corridas de toros y retratos de matadores y de sus admiradores. La mayoría de los toros de lidia de México se crían en Tlaxcala. Este bar, sin embargo, podría haber estado en cualquier parador de España. Cuando me desperté a la mañana siguiente me imaginé en Guatemala.
El amplio Zócalo de Tlaxcala, de sorprendente tranquilidad, está rodeado de majestuosos palacios, y en dos de sus lados, bajo los portales, los cafés incitan a acercarse. Todos parecen ofrecer el mismo menú para el desayuno. Como ese fin de semana me sentía derrochador, escogí uno cuyas mesas tenían manteles. Ahí pude permanecer sentado  más tiempo con mi periódico, interrumpido sólo por el inacabable torrente de vendedores con sus ofertas de cosas que no me interesaban y músicos a los que habría pagado gustoso con tal que se fueran.
Allá en la plaza se habían reunido más músicos, que supongo componían la banda municipal, para ofrecer una emocionante interpretación de “A mi manera”. Bueno, tal vez no era tan emocionante, pero me acerqué para escuchar más. Vestidos en traje negro cruzado, con camisa blanca y sobria corbata, parecían más bien una reunión de contadores, pero ofrecían una compañía más placentera.
Cuando la banda recogió sus instrumentos, me encaminé al museo regional del antiguo Convento de San Francisco con la esperanza de averiguar por qué se hace llamar Tlaxcala “la Cuna de la Nación”. Fue en Tlaxcala, recordaba yo, donde Hernán Cortés encontró los aliados que necesitaba para conquistar el Imperio Azteca. Los señores locales llevaban muchos años luchando contra los aztecas. Los españoles les han de haber parecido ángeles guerreros enviados para su salvación.
La oficina de turismo del estado organiza visitas guiadas que se centran en la vida de Tlaxcala en los años anteriores y posteriores a la llegada de los españoles. En Tlaxcala no hay referencias de ninguna “conquista”, actitud que tal vez explique por qué es este el estado más pequeño de la república.
Tlaxcala ha sufrido algo de ser considerado como un nido de traidores, aunque el estado, anidado en la sombra en el volcán de Malinche, se llame la cuna de la nación. En aquel momento de la Conquista, líderes locales se aliaron sus dominios con Hernán Cortés y su pequeña banda de invasores, ayudando los españoles en su derrota a los odiados aztecas. Para eso, Tlaxcala llegó a ser el primer lugar en el continente reconocido como un "leal y la ciudad noble." Su escudo soporta la bandera Habsburgo de Carlos V.


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