Imprimir
Categoría: Estados Unidos y Canadá

Sólo cuatro horas en el vuelo directo de United Airlines y aterrizamos en el aeropuerto Dulles de Washington. Vamos Jorge Sales, representante de Capital Region USA en México y este reportero de Turistampa a explorar un poco los atractivos turísticos de esta zona del noreste de los Estados Unidos.

Afuera del aeropuerto nos espera Allen, el amable chofer que nos llevará por todos lados, así que partimos de inmediato hacia Charlottesville, Virginia, una población dominada por la histórica presencia de Thomas Jefferson y el ambiente muy vivo de la Universidad de Virginia. Para mí, la primera sorpresa fue el profundo verdor del paisaje a ambos lados de la carretera, zonas boscosas y laderas de colinas y montañas que proporcionan una de las vistas más impactantes del país.

 

 

Nos hospedamos en el Boar’s Head Inn, un enorme resort de lujo con gran tradición, spa, un campo de golf de 18 hoyos, excelentes instalaciones para convenciones, espacios muy románticos para bodas y lunas de miel y un impresionante centro de tenis. Luego, salimos a cenar al restaurante Maya, que no tiene nada que ver con esa cultura prehispánica pero sí mucho con los buenos mariscos de la costa Este de los Estados Unidos y el ambiente desenfadado de la comunidad universitaria. Jorge pide su primer dirty Martini del viaje y a mí me recomiendan una cerveza oscura que se llama “hombre muerto”, muy sabrosa. Allen tiene que manejar, así que le toca té helado.

 

A la mañana siguiente, luego de un delicioso desayuno en el Boar’s Head Inn, salimos para visitar Monticello, la enorme casa de Thomas Jefferson (diseñada por él mismo) donde podemos aprender cosas muy interesantes sobre la historia temprana de esta nación.

De ahí pasamos a lago más festivo, que son los Jefferson Vineyards, donde se producen vinos de mesa de muy buena calidad, especialmente un Pinot Gris de muy buena memoria y un excelente vino de postre. Esa fue la segunda sorpresa, pues yo no sabía que había viñedos en esta zona de los Estados Unidos y, mire usted, resulta que lo toman muy en serio y producen vinos de muy buena calidad. Por supuesto, Jorge y yo salimos de ahí con dos botellas cada uno.

Terminamos nuestra visita a esa región con una comida al aire libre en el llamado Charlottesville Downtown Mall, una calle peatonal de varias cuadras de longitud con restaurantes, cines, boutiques y barecitos de muy buen ambiente y para todos los gustos.

Tomamos el camino hacia Washington, D.C. y volvimos a meternos en el verde constante del paisaje, el cual, según yo, terminaría en cuanto entráramos a la ciudad capital pero, otra sorpresa, no fue así, puesto que Washington es una de las ciudades con más árboles, parques y espacios verdes que he visitado en mi vida.

La capital estadounidense es, en definitiva, una ciudad diseñada para la monumentalidad, con grandes espacios llenos de luz y edificios que no son muy altos pero sí anchos e imponentes, de modo que destacan a la perfección los monumentos que, en diferentes formas y tamaños, honran la memoria de sus héroes. Es una ciudad que de inmediato le da un mensaje muy claro a sus visitantes: “el poder está aquí”.

Nos instalamos en el Mandarin Oriental, un espacio contemporáneo y funcional que, sin embargo, rinde culto a lo más sofisticado y a lo más lujoso dentro de un contexto luminoso y perfecto tanto para viajeros de negocios como para familias en plan de vacaciones. Su spa, sus restaurantes y su centro de negocios nos invitan, de hecho, a no salir del hotel.

Cenamos ahí mismo, en el Café MoZu, un feudo de fusión con excelente servicio, cocina de vanguardia y una hermosa vista hacia el Río Potomac. Las carnes, los pescados y las ensaladas son en realidad de muy altos vuelos, pero el sushi, la pizza de sushi (con base de arroz horneado) y las cajas Bento ameritan una clasificación especial pues, como decimos en México, se cuecen aparte y son capaces de sobrepasar las expectativas del más exigente de los comensales.

 

EXPLORANDO WASHINGTON, D.C.

 

Por la mañana, un rico desayuno en MoZu y después nos trasladamos a Union Station, una bellísima estación de trenes que todavía funciona como tal pero que además fue convertida en un atractivo centro comercial con tiendas y restaurantes para todos los gustos. De ahí parten los tours de ciudad, los cuales pueden ser en autobús de dos pisos, en Pato (vehículo anfibio) o en un tranvía tipo antiguo con narración en vivo del chofer guía. Elegimos el tranvía y comenzamos a recorrer los principales puntos atractivos de la ciudad, casi todos ellos en o alrededor de lo que se conoce como el National Mall, un espacio rectangular que va desde el Capitolio hasta el Monumento a Lincoln, pasando por varios otros monumentos, diferentes edificios de gobierno y algunos de los muchos museos del Instituto Smithsoniano.

Luego del tour y ya más o menos ubicados fuimos a comer a The Occidental, un feudo ubicado a unos pasos de la Casa Blanca y que ha sido visitado, durante sus 100 años de tradición, por los personajes más influyentes de la política y la vida social de Washington, D.C., cuyas fotografías se encuentran colocadas en todas las paredes del restaurante, convirtiéndolo en todo un clásico donde el premiado chef Rodney Scruggs deleita a sus comensales con ensaladas, pescados y otros platillos de la cocina internacional, más un ambiente de elegancia casual que resulta muy agradable. Nos acompaña Christopher Gieckel, gerente internacional de relaciones con la prensa de Destination DC, que es la oficina de turismo de la ciudad. Su presencia es muy útil, pues no sólo es buen anfitrión sino que además conoce muy bien la ciudad y sus historias, sus personajes y cuanto hay que saber.

Ya renovadas las fuerzas, llegamos al Newseum, que apenas abrió en el 2008 y es un museo interactivo de primera línea, pues nos permite conocer la historia y el funcionamiento de todo los que tiene que ver con la generación de las noticias, incluyendo radio, televisión y prensa escrita, más una extraordinaria colección de fotografías ganadoras del premio Pullitzer, displays sobre las noticias más importantes, como la caída del muro de Berlín o el triunfo de Barak Obama en las elecciones presidenciales de Estados Unidos y, desde luego, toda la tecnología de nuestro tiempo, como los satélites y la internet.

De ahí pasamos al Spy Museum, que relata historias y anécdotas de espías famosos y nos muestra los artefactos de los que se valen estos personajes para realizar su trabajo. Por lo que pude ver, resulta muy divertido para los niños.

Por la noche, una cena en Blue Duck Tavern, el restaurante del hotel Park Hyatt que presume de su cocina abierta y una de las mejores gastronomías de la ciudad, a cargo del chef Brian McBride, quien prefiere cocinar en horno de leña para dar a los platillos un sabor muy especial. Destacan entradas como las vieiras asadas con coliflor, almendras y mantequilla oscura o los espárragos verdes tibios con hongos y huevo pochado. Para el plato principal puedo decir que su Ribeye no tiene rival, así como el bistec asado con mermelada de mostaza y cereza.

Por la mañana nos dirigimos al Museo Nacional de los Indios Americanos y, a decir verdad, yo iba un poco escéptico pues creía que iba a ver el típico display de indios y vaqueros pero, una sorpresa más, pues resultó que es un excelente recinto donde se exhibe lo más significativo de las culturas indias de todo el continente. Fue una gran experiencia.

De ahí pasamos a la obligada visita del Capitolio, la cual resultó muy interesante por la belleza arquitectónica del edificio y también porque los guías explican muy bien la manera en que trabajan los senadores y congresistas, además de que todo está muy bien organizado.

Para comer nos trasladamos a Georgetown, uno de los vecindarios más trendy y bohemios de Washington, donde encontramos el restaurante Hook, un feudo especializado en los mejores pescados y mariscos de la costa Este de los Estados Unidos, los cuales se dejan acompañar por una cerveza oscura bien fría y muy buen ambiente. Para terminar, nada mejor que los excelentes postres de la chef Heather Chittum, nombrada la chef pastelera del año por su creatividad y su gran talento al combinar sabores e ingredientes.

Después de eso, caminar un poco por ahí, ir de compras y descansar un rato en el hotel para luego terminar cenando en i Ricchi Ristorante, un local con toda la tradición italiana y muy buenos sabores en todos sus platillos.

 

UNA PROBADA DE MARYLAND

 

Luego del desayuno nos despedimos del excelente y consentidor servicio del Mandarin Oriental y partimos hacia Annapolis, capital de Maryland a sólo una hora de Washington, D.C. El camino, por supuesto, es totalmente verde, pero eso ya no es sorpresa.

Lo que sí me sorprendió y, de hecho, me maravilló (igual que a Jorge), fue la hermosura de Annapolis, una pequeña ciudad que más bien parece un pueblo de cuento con su perfecta arquitectura colonial a base de ladrillo rojo y techos a dos aguas que se recuesta plácidamente a orillas de la bahía de Chesapeake, en una zona famosa por sus platillos de cangrejo, por su tranquilidad, por la belleza de sus paisajes y, más que nada, por la gran amabilidad de su gente, bueno, y también porque ahí se ubica la Academia Naval de Estados Unidos.

Lo primero que visitamos, acompañados ahora por SusanSteckman, vicepresidenta de comunicaciones del CVB de Annapolis,  fue Maryland State House, el pequeño capitolio donde se reúnen los legisladores del estado para discutir sus leyes y otros asuntos. De ahí pasamos a la Casa y Jardines de William Paca, una propiedad que nos muestra un buen trozo de la historia de la región y los jardines más hermosos de la ciudad. Después fuimos a comer a Reynolds Tavern, un feudo que combina la calidez local con el estilo británico del té y los pastelillos. Muy recomendables las ensaladas.

Nos instalamos en el Westin Annapolis Hotel y después nos trasladamos al puerto de Annapolis, una zona en verdad deliciosa, como para pasar horas y horas mirando el agua, las embarcaciones y la vida que fluye a borbotones con sabor marinero y relajado.

Por supuesto, abordamos el velero Woodwind y fuimos a dar una vuelta por la bahía, lo cual resultó ser una de las experiencias más relajantes y gratas que hubiera yo experimentado en mucho tiempo.

Terminamos cenando en Carrol’s Creek Café, a la orilla del agua y con una fama bien ganada por sus platillos de cangrejo y otros mariscos donde tuve que hacerle los honores a unos camarones con fetuccini en verdad memorables, mientras Jorge se las veía con los famosos pastelillos de cangrejo y Susan nos platicaba sobre las tradiciones gastronómicas y la historia del lugar.

La última mañana que pasamos en Annapolis no podíamos dejar de visitar Chick and Ruth’s Delly, toda una institución en Maryland por su insuperable ambiente familiar, sus platillos caseros de impecable factura, incluyendo sándwiches de roast beef enormes, las malteadas más espesas y muchas otras delicias. Al final, una breve visita a la Academia Naval y partimos hacia Leesburg Corner Premium Outlets, en Virginia, que es un centro comercial en verdad atractivo por tener las mejores marcas de ropa y accesorios a los mejores precios que se puedan imaginar, además de que con gran frecuencia ponen ofertas que nadie puede rechazar. Eso fue lo que nos pasó a nosotros, pues recorrimos las tiendas y fuimos comprando muchas más cosas de las que habíamos planeado, pero todo fue por los excelentes precios y la buena variedad de mercancías; es más, hasta Allen salió con bolsas de compras.

De ahí, Allen nos llevó al aeropuerto y de regreso a México. El viaje nos dejó un gran sabor de boca, experiencias de lo más agradables y, sobre todo, muchas ganas de regresar para seguir adelante con la exploración de la zona, pues nos faltaron muchos paisajes, muchos museos, muchos restaurantes, actividades, compras y experiencias que de seguro serán tan buenas como éstas. En lo personal, me queda la experiencia de saber que Washington, D.C., Virginia y Maryland conforman una región que es una verdadera delicia para viajar y vacacionar, para pasarla de maravilla y combinar lo mejor de la ciudad con lo mejor de la provincia. Me queda también la cálida hospitalidad de la gente de allá y la buena anfitrionía de Jorge Sales, quien no sólo conoce la región, sino que es un excelente compañero de viaje y un gran amigo.