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Categoría: Alrededor del turismo
El Big Bend está en el fondo de Texas occidental, allá donde el Río Bravo forma un remolino hacia el sur en una gran media lazada, gorgoteando por un pedregoso cañón y dejando atrás infinitas extensiones del desierto de Chihuahua. Enfrente, del otro lado, se tiende una inmensa llanura del México vacío.
No está mucho más poblado Texas por estos rumbos. El Condado de Presidio, con mayor superficie que el estado de Delaware, ya no digamos Rhode Island, sólo cuenta con un semáforo, y eso a 100 kilómetros de aquí en una ciudad llamada Marfa.
La Big Bend Telephone Company da servicio a comunidades que podrían ser invento de John Wayne, caseríos con nombres como Six Shooter (revólver de seis tiros) y Calamity (calamidad). Larry McMurty, autor laureado con el Premio Pulitzer, hizo de Presidio y de Ojinaga — que está al otro lado del río — el escenario de una de sus novelas, y por razones que sólo él conoce le dio el título de “Las calles de Laredo.”
Del libro se hizo una adaptación para una miniserie televisiva, y en las orillas del río todavía se levantan los restos de un decorado. Los turistas que navegan por el río se detienen a veces para hacer una comida campestre.
Los viajeros más curtidos llegan para acampar y hacer excursiones a pie. Al este mismo de Presidio está el Parque Estatal Big Bend Ranch, con una superficie de 400 millas cuadradas (aprox. 1,150 km2), que llega hasta Lajitas, donde empieza el Parque Nacional Big Bend, de 1,100 millas cuadradas (aprox. 2,850 km2).
Este no es terreno para debiluchos. Además de tarjetas postales y libros en rústica, la tiendita de Panther Junction en el Parque Nacional vende mosquiteros, pinzas que se surten con su lupa para ayudar a ver las diminutas espinas que uno quiera extraer, y botiquines para mordeduras de serpiente.
Panther Junction, que podríamos traducir por Empalme Panteras, no tiene mal puesto el nombre. Esta es tierra de pumas, y a uno le dan instrucciones para evitar ser devorado (“grita, agita los brazos, arrójales palos o piedras, pero nunca salgas corriendo”).
Los guardas forestales, en cambio, lo tranquilizan a uno. “Si divisas un gran felino, es probable que la bestia sólo sienta curiosidad,” informa José Cisneros, superintendente del parque. “Si el animal de veras tuviera intención de atacar, no lo verías hasta que fuera demasiado tarde.”
Los osos son molestos porque tratan de robar comida, no de devorar a los campistas.
A los huéspedes que prefieren la cama de un alojamiento a la talega para dormir a la intemperie, se les recomienda, de todos modos, sacudir los zapatos por la mañana, no vaya a estar escondido en ellos un alacrán.
A los visitantes del Jardín de los Cactos en el Parque Estatal se les aconseja que pisen con cuidado y estén pendientes de las víboras.