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Categoría: Alrededor del turismo
En Veracruz el malecón te evocará  lo que La Habana vieja debe haber sido antes. La compañía inglesa que lo construyó, también construyó el malecón de La Habana, más el Correo y Telégrafo de Veracruz – una fachada europea majestuosa, con leones dorados gigantes que protegen la entrada — así como la magnifica Estación de Ferrocarriles del siglo XIX. Eso era en 1902. Los turistas aprenden esto cuando viajan por la ciudad en un camión disfrazado de tranvía. En Veracruz, los tranvías abiertos fueron famosos. Uno se ha conservado como un monumento y es mucho más atractivo que estatuas de generales derrotados y presidentes muertos.
Con el advenimiento del viaje en avión, la estación ferroviaria perdió su importancia como entrada a México para pasajeros que llegan a bordo de buques. Yo siempre disfruté el tomar el tren de noche a Veracruz y regresar de  la misma manera. Ya no puedes hacerlo. La ADO ofrece una alternativa, pero no es exactamente lo mismo. Los jet, por supuesto, son más rápidos, pero la prisa y Veracruz no hacen juego.
El ritmo lento de Veracruz es siempre agradable, pero eso no es por lo qué me atrae a mí al puerto. Voy por la música, y no es que sepa mucho acerca de música. Mientras puede que puede ser un poco provincial para el turismo sofisticado, Veracruz es legendario entre aficionados de ritmos. Las tradiciones musicales de Cuba, España y México se han entremezclado y han prosperado. Paseando a través del Zócalo, puedes oír un poco de todo. Por la mañana, los que tocan la marimba sacan sus instrumentos pesados delante de la fila de cafés de banqueta. Por la tarde, los guitarristas llegan. Después tríos, algunos con arpas portátiles, vienen a canturrear el son jarocho.
Al atardecer, hombres vestidos en lo que es aparente­mente traje tropical de mariachi dan serenatas en un rincón de la plaza. Compiten con una orquesta que toca danzones majestuosos en el kiosco. Bailan en el zócalo  parejas, lejos de ser jóvenes, encerradas en  abrazos discretos, parecieran casi estar flotando.
Toda esta música puede ser oída por el precio de una cerveza en uno de los cafés al aire libre sobre la plaza. Saboreando lentamente mi margarita, se me ocurrió que en ninguna otra parte puedes oír tantas variedades de música tan diferente en un espacio tan corto durante un paseo alrededor de una manzana musical.
No muy lejos, más allá del malecón, grúas gigantescas descargan contenedores de un buque en el que vuela una bandera turca. Los otros buques están  demasiado lejos para identificarlos, pero me recuerdan  lo que será fácil de olvidar, que Veracruz es un puerto, una entrada al mundo.
Como en otras visitas anduve con pesados pasos adentro de los calabozos en San Juan de Ulúa y temblé debajo de los tiburones que nadan en lo alto en el Acuario, esta vez, agarrado por un estado de ánimo musical,  hice un peregrinaje a la casa de Agustín Lara. La casa, ahora se volvió un museo, es un refugio de un atractivo piso frente al mar, preservado como fue cuando Lara vivió allí. Se murió en 1970. Los trajes de Lara (fue un petimetre notable) están colgados en vitrinas en la recámara. Dos álbums de recortes contienen los recortes periodísticos, ya amarillos, acerca de sus visitas a La Habana en 1938.