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Por Daniel Olivares Villagómez.

  • Vida nocturna, recreación y turismo.

Uno de los aspectos más interesantes de la recreación y del turismo es lo que comúnmente se conoce como “vida nocturna”, que en forma algo más técnica podría denominarse “ocio nocturno”. El carácter temporal del término viene dado por la naturaleza mayoritariamente diurna del tiempo de “nec-otium”, o de trabajo, es decir, atendiendo a que el desarrollo de las actividades heterocondicionadas se da las más de las veces durante el día, por lo que la noche permite, más a menudo, dedicarse a las tres funciones del ocio (las tres “D”: descanso, diversión y desarrollo personal) que correctamente identificó Jofre Dumazedier, en su libro “Hacia una civilización del ocio”.

Aunado a lo anterior, la pirámide propuesta en psicología por Abraham Maslow, ubica a una opción del descanso, específicamente dormir, como una necesidad fisiológica, sin cuya satisfacción no puede llevarse a cabo cómodamente la diversión. Es decir, durante parte de la noche, si se ha satisfecho la necesidad de descanso previo, se puede posponer el dormir y dedicar cierto tiempo a la diversión.

El ocio nocturno, como todo ocio, tiene orientaciones y efectos positivos o negativos, dependiendo de cómo esté organizada la sociedad y de cómo el individuo se adapta a ésa sociedad. Aquí la dimensión ética es importantísima para definir si el ocio nocturno será enriquecedor, o simplemente embrutecedor.

Si la sociedad es libertaria y está organizada para ofrecer al individuo opciones que permitan un sano esparcimiento, el ocio nocturno será muy satisfactorio y hará que el individuo se sienta contento, pues habrá tenido posibilidad de tener una experiencia bella y de socializar, lo cual aumentará su autoestima y lo hará mejor.

Por el contrario, si la sociedad es represora y está organizada para abusar del individuo, las opciones del ocio nocturno serán perniciosas, en muchos casos autodestructivas y por lo tanto hará que el individuo se sienta frustrado, insatisfecho, y percibirá una mala experiencia, que disminuirá su autoestima y por ende sus posibilidades de socializar con otros individuos positivos.

Si la sociedad permite que la vida nocturna esté en manos de inescrupulosos pseudo-empresarios, estará diseñada y organizada para explotar al individuo y para reproducir conductas perniciosas y flagelos. En muchos lugares, la vida nocturna está en manos de mafias o delincuencia organizada, y por lo tanto, la mayor parte de las opciones ofrecidas están diseñadas para exprimir y explotar al turista: covers leoninos, barras libres engañosas, condicionamiento del servicio, consumos mínimos obligatorios, discriminatoria y racista selección de clientela, clasismo, consumismo, edadismo, son realidades de muchos centros turísticos, ubicados normalmente en sociedades donde la desigualdad es más acusada, y por lo tanto, unos cuantos vivales logran controlar las actividades recreacionales y de diversión, aprovechando la represión imperante en la sociedad.

Los turistas jóvenes son las principales víctimas de esta situación: Acuciados por una propaganda y una mercadotecnia agobiantes en medios y redes sociales tendenciosas e interesadas, creen ingenuamente que el lugar que pintan como más “exclusivo” es forzosamente el lugar al que deben ir, aunque sufran discriminación y racismo con el “cadenero”, y aunque les condicionen el poder ocupar determinada mesa (después de haber pagado cover) sólo si consumen al menos dos botellas “premium” a precios desorbitantes. A más de eso, establecimientos de ese tipo sirven para inducir e iniciar a la clientela a todo tipo de adicciones, que lógicamente acabarán por atentar contra la salud mental y física del individuo, haciendo la vida nocturna por demás peligrosa.

Por el contrario, si la mayoría de la oferta nocturna está en manos de empresarios honestos, lo más seguro es que se ponga a disposición del turista un rico y variado abanico de posibilidades, asegurándose el que los visitantes se sientan satisfechos de haber ido, de que se les respetó como personas y de que obtuvieron intercambios justos por su tiempo y dinero, percibiendo que nadie los forzó a gastar de más, y lo más importante: obteniendo una experiencia enriquecedora que durará para toda la vida. Una ciudad relativamente pequeña en EEUU lo ha entendido muy bien y últimamente se ha posicionado con un carácter turístico del que antes carecía: Nashville, en Tennessee, ha sabido aprovechar el que entre los estadounidenses se le identifica como la “ciudad de la música”, ya que ahí han estado algunas casas de grabación del género “country”, y ha hecho una mina de oro ofreciendo a TODOS los turistas la posibilidad de hacer recorridos por inumerables bares y centros nocturnos donde se escucha música viva sin necesidad de pagar cover o consumir nada. Claro que el turista promedio, al ver esto está feliz de poder apreciar la música que se le ofrece y no tarda en consumir motu propio lo que apetece, pasando de establecimiento en establecimiento. El resultado es que todos ganan: Los turistas se van satisfechos y con ganas de volver; los establecimientos de música se cansan de ganar dinero; porque todos los turistas toman al menos una cerveza; hoteleros y restauranteros se benefician con el incremento turístico; el resto de las empresas turísticas como transportistas y líneas aéreas disfrutan de ése crecimiento, y la comunidad receptora y los trabajadores turísticos y de todas las otras ramas de la economía también se benefician.

Ojalá que los centros turísticos de playa mexicanos observaran esa lección.

    

    

    


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