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¿Cómo es posible que en un país tan chiquito haya tanta belleza? ¿y cómo es posible que todavía haya gente en el mundo que no la haya visitado?, me refiero a aquellos que viajan, que pueden elegir a dónde ir a pasar sus vacaciones. ¿acaso no saben de lo que se están perdiendo?...... seguro que no, porque de lo contrario ya hubieran ido, ya hubieran visitado sus ciudades y caminado por sus bosques llenos de vida, ya hubieran visto sus volcanes y disfrutado de sus aguas termales y probado su exquisita comida típica. Y la lista de “hubieran” es interminable porque en Costa Rica siempre hay algo que ver, algo que hacer, algo que sentir, ahí no cabe la palabra “aburrimiento”, por el contrario, en el país de los ticos todo es diversión.


De la mano de Olman Hernández y Melissa Tencio, del Instituto Costarricense de Turismo, periodistas de México, Ecuador, Argentina y Uruguay conocimos lo que podría llamarse, la región menos explorada del país, el Pacífico Sur. Salimos muy temprano de San José con rumbo al cantón de Pérez Zeledón, donde desayunamos en el restaurante Vista Valle, nuestro primer festín con la comida local, a la cual yo califico de sencilla pero deliciosa. Continuamos el recorrido hacia Sierpe, una pequeña población a orillas del río del mismo nombre. Ahí nos embarcamos para adentrarnos en el único bosque de manglar que posee Costa Rica en la zona del Pacífico y que según nos dijeron ocupa el uno por ciento del territorio del país.
El paseo es una experiencia total para los sentidos, a un lado y a otro del serpenteante canal se contemplan los exuberantes manglares, de repente se escucha el cantar de las aves, el follaje se mueve y de ahí salen volando para irse a posar en otro árbol. El aroma de la vegetación envuelve nuestros sentidos y el estupendo clima colma de tranquilidad ese momento.
Después de una bien merecida comida, nos trasladamos hasta un lugar poco común, se trata de Finca 6, un sitio arqueológico a cargo del Museo Nacional de Costa Rica y cuya finalidad es que sea un espacio de aprendizaje sobre la dinámica cultural de los grupos indígenas conocidos como Borucas en los tiempos prehispánicos, unos 1,500 años antes de Cristo. El sitio cuenta con restos de estructuras arquitectónicas y unas esferas de piedra talladas encontradas ahí y que llaman la atención por su perfección y tamaño, se cree que eran usadas en forma particular y estaban asociadas a las viviendas de los principales habitantes o bien, como objetos funerarios. Nos explicaron que entre Palmar Sur y Sierpe existen más de 900 hectáreas con evidencia de las antiguas ocupaciones. En esos tiempos, el río Térraba y sus afluentes facilitaron el intercambio de productos desde la costa hasta las tierras altas entre los diferentes territorios cacicales. La visita a este lugar vale mucho la pena.


Arribamos a Golfito en la noche justo a tiempo para cenar en nuestro hotel anfitrión Casa Roland Marina & Resort, donde nos recibieron sus directivos, los señores Christian Castro y Luis Antonio Padilla. Y mientras cenábamos, el señor Castro nos fue hablando sobre ese destino desconocido de Costa Rica, pero lleno de atractivos para ser descubiertos no sólo por el turismo extranjero, sino también por los propios ticos que no saben que en su propio país existe este paraíso natural en donde se la pasarían muy bien si decidieran vacacionar ahí.


Construido a fines de los años 30 y principios de los 40 por los gringos de la United Fruit Company, el poblado de Golfito se encuentra en la costa del Pacífico sur cerca de la frontera con Panamá. La pequeña ciudad portuaria se sitúa en una franja de tierra a lo largo de la bahía de Golfito y una colina cubierta de selva virgen. Es un sitio tranquilo, a su puerto arriban cruceros y se ofrece diversas actividades deportivas y paseos en bote para ir a pescar. Entre sus lindas playas se encuentran Zancudo y Pavones. Desde Golfito salen embarcaciones para visitar la Península de Osa para cruzar el Golfo Dulce hacia Puerto Jiménez.


Nosotros tuvimos oportunidad de navegar por el golfo, cuyas aguas son más profundas que las del mar, según nos dijo nuestro guía Jonathan. Desde la embarcación vimos el Parque Nacional de Piedras Blancas, completamente inaccesible a pie, dada la exuberancia de su vegetación. Su parte baja está compuesto por bosque secundario y  la alta por bosque primario. La fauna de este lugar está integrada por gatos salvajes, ocelotes y cocodrilos, además de un sinfín de aves. Es una zona de fiordos y su visita requiere ir bien equipado con una cámara fotográfica, porque vale la pena captar para siempre lo que se va viendo, sobre todo cuando uno se adentra en el mar y de pronto saltan los delfines o ballenas que sorprenden a los paseantes. Nosotros tuvimos la suerte de ver un montón de delfines que juguetones se acercaban a nuestro bote, pero no tan amigables como para posar para las fotos, por lo que tuvimos que estar a las vivas para captarlos. Fue una experiencia divertida y todo un reto. Por cierto, hasta estas aguas llegan tres tipos de delfines: nariz de botella, manchado y de máscara negra. Además hay manta­rrayas y las ballenas viajan desde Argentina para disfrutar de las cálidas aguas de Costa Rica entre los meses de octubre a marzo.


Desde nuestra embarca­ción pudimos ver también el Parque Nacional Corcovado, en donde se concentra la mayor biodiversidad en el mundo con una gran concen­tración de vida salvaje e insectos. Desde el punto de vista ecológico se le considera el pulmón del mundo, pues como resultado de la fotosíntesis se produce una gran cantidad de aire fresco.
Nuestro paseo nos llevó hasta las turbias aguas del río Esquinas donde disfrutamos del avistamiento de pelícanos, cocodrilos, tortugas tropicales y diversas aves como garzas reales, halcones negros de manglar y jacanas. El paisaje es hermoso y a medida que avanzamos el río se va achicando hasta un punto en que no es posible pasar con el bote. Es un lugar increíblemente bello y yo disfruto del sonido del agua que se escucha con el pasar de la lancha y del aire fresco que sopla en un cielo medio nublado.


La falta de tiempo no es una buena compañera de viaje, para impregnarse completamente de Golfito, hay que tomarse varios días, pues este lugar tiene mucho más. En este rincón de Costa Rica existen unas cascadas llamadas Las Cavernitas, que son un edén natural de gran belleza, lo mismo que las Cataratas y Senderos Avellán y el Santuario Ecológico Manu, aunque si lo que se prefiere es aventura, entonces el lugar ideal es la Caverna Corredores con sus dos millones años de edad o simplemente un paseo por el bosque en canopy.
Por: Laura Ibarra


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